viernes, 11 de diciembre de 2009

Edición 950

Mi mamá se llamaba Lupita: María Guadalupe. En nuestra cultura, y a sabiendas de su enorme significado, resulta un orgullo portar tan espléndido nombre. Claro que sí a eso le sumamos la maravilla que debe sentirse nacer mujer (yo la desconozco, tuve el infortunio de ser hombre), y encima de todo, el don de ser una madre, pues resulta que esa bella criatura que vio mis primeros días, para mí llega al nivel de Santa.

En este 12 de diciembre (como en todos los anteriores luego de su fallecimiento), me acuerdo de ella y me imagino cómo platicaríamos de estar juntos ahora. Cómo me regañaría, cómo serían sus risas. Mañana tendré de nuevo una oportunidad más para acordarme de mi madre. Y eso es algo que sólo le puedo agradecer a la original María Guadalupe, nuestra virgencita morena. Y a Dios.

Que si fue símbolo de opresión, que si es una farsa, a mi no me importa: es parte de nuestra condición de ser mexicanos, de nuestra mexicanidad, como la fiesta de nuestros Santos Difuntos, como los tamales y el atole caliente. Viva nuestra Madre morena, ¡viva mi Madre amada!



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