En este 12 de diciembre (como en todos los anteriores luego de su fallecimiento), me acuerdo de ella y me imagino cómo platicaríamos de estar juntos ahora. Cómo me regañaría, cómo serían sus risas. Mañana tendré de nuevo una oportunidad más para acordarme de mi madre. Y eso es algo que sólo le puedo agradecer a la original María Guadalupe, nuestra virgencita morena. Y a Dios.
Que si fue símbolo de opresión, que si es una farsa, a mi no me importa: es parte de nuestra condición de ser mexicanos, de nuestra mexicanidad, como la fiesta de nuestros Santos Difuntos, como los tamales y el atole caliente. Viva nuestra Madre morena, ¡viva mi Madre amada!
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