viernes, 18 de diciembre de 2009

Edición 951

Cuando era pequeño (hasta la adolescencia, según me acuerdo), esperaba con muchas ansias la navidad y la fiesta de fin de año. La razón: se juntaba toda la familia cercana (primos hermanos que les llaman y tíos y tías, hijos e hija de mi abuela, la única que tuve en esta vida) en una de las dos fechas. En la otra, siempre había amigos cercanos a nosotros o a nuestros padres.

De los regalos ni me acuerdo. De los relajos, nunca se me han olvidado. Bailes, bromas, cenas alegres, travesuras de niños, abrazos y uno que otro regaño. Eran días especiales. Sin embargo, ahora que soy grande, no celebro ninguna de las dos fechas: mis padres han fallecido, mi familia ya no es la de antes, y lo importante de estas fechas es regalar, gastar y meterse en un sin fin de dolores de cabeza por dar la más opulenta cena posible.

¿Cuándo se nos escapó la Navidad de las manos y se convirtió en el intercambio de regalos pre-acordados? ¿En cuál momento la magia quedó atrás aplastada por el panzón desabrido creado por la Coca-Cola?

Mientras no dejemos a un lado al Señor TodoPoderoso, Don Dinero, no los recobraremos ya más. Y estás fechas seguirán siendo un golpe a nuestras economías, y un peregrinar sin fin hacia los empeños de cada año. Por mi parte, no pienso hacer cena ni dar regalos: ¡sólo abrazos y compartir momentos deliciosos! Ya me cansé de gastar dinero vacío y sin sentimientos.

Al fin que lo más hermoso sigue siendo la vida misma. Felicidades y nos vemos el próximo año, que seguro va a estar aún mejor que éste. Gracias.

Alexandro Arana Ontiveros, cartonista y blogger.



viernes, 11 de diciembre de 2009

Edición 950

Mi mamá se llamaba Lupita: María Guadalupe. En nuestra cultura, y a sabiendas de su enorme significado, resulta un orgullo portar tan espléndido nombre. Claro que sí a eso le sumamos la maravilla que debe sentirse nacer mujer (yo la desconozco, tuve el infortunio de ser hombre), y encima de todo, el don de ser una madre, pues resulta que esa bella criatura que vio mis primeros días, para mí llega al nivel de Santa.

En este 12 de diciembre (como en todos los anteriores luego de su fallecimiento), me acuerdo de ella y me imagino cómo platicaríamos de estar juntos ahora. Cómo me regañaría, cómo serían sus risas. Mañana tendré de nuevo una oportunidad más para acordarme de mi madre. Y eso es algo que sólo le puedo agradecer a la original María Guadalupe, nuestra virgencita morena. Y a Dios.

Que si fue símbolo de opresión, que si es una farsa, a mi no me importa: es parte de nuestra condición de ser mexicanos, de nuestra mexicanidad, como la fiesta de nuestros Santos Difuntos, como los tamales y el atole caliente. Viva nuestra Madre morena, ¡viva mi Madre amada!



jueves, 3 de diciembre de 2009

Edición 949

Me niego rotundamente, doctor; ¡me niego! A quejarme de nuevo esta semana de los malos manejos en nuestro municipio, y por ende de nuestro país. Es que esta cantaleta de siempre también desgasta. Y lo peor, no logra un cambio por mínimo que sea: parece que siempre seguiremos escuchando tranzas por todos lados (¿qué nunca se van a acabar en nuestro "México lindo y ¡que friega!"?), por lo cual parece que seguiré teniendo trabajo para cartones gráficos también de por vida.

Nada más nos queda hacer como el maestrazo Jardiel Poncela: risa ante todo, reir hasta agotarnos para evitarnos malos ratos. Así pues, por esta semana me tomaré una pastilla de me-vale-madrismo mexicano y diré lo divertido del cartón de esta edición: puse al guapísimo Hobbes (de la historieta "Calvin & Hobbes") no sólo porque quedaba muy ad hoc con el tema (de una raya más al tigre), sino como un pequeño homenaje a ese gran cartonista que es Bill Watterson.

Sus historietas son geniales: si pueden conseguir alguno de sus libros, les aseguro que no se arrepentirán. Y tendrán muchos buenos ratos de risas para olvidar nuestra tan demacrada realidad… Una enorme reverencia al maestro Watterson donde quiera que esté. Gracias por obsequiarnos al increíble Hobbes.